Es delito matar al recién nacido de la foto derecha de abajo, también es delito matarlo cuando está asomando su cabecita saliendo del claustro materno, así como es delito matarlo cuando está a punto de asomar la cabecita y todavía no se ve. Igual delito sería matarlo un segundo antes de estar a punto de asomar la cabecita, y también si se le mata un segundo antes de ese segundo, y otro segundo antes de este último.
Si un recién nacido tiene aproximadamente 3 millones de millones de células y se divide este total entre los segundos de edad, el nuevo ser humano contará con 128.6 células nuevas a la primera milésima de segundo de su implantación (o 1.28 después de su primera cienmilésima de segundo de edad), incluyendo las de la placenta que también empieza formarse. Habrá 257.20 células nuevas sólo después de dos milésimas de segundo, y habrá 128 mil 600 células nuevas después del primer segundo. Esta velocidad pasmosa no es siquiera imaginable.
Ubiquémonos mentalmente en el segundo antes del alumbramiento, y retrocedamos uno por uno todos los 23 millones 328 mil segundos hasta regresar al cigoto, preguntando en cada segundo retrocedido ¿ahora sí se puede matar?, ya que en el anterior no se podía. ¿En cuál cienmilésima de segundo exacta de ese proceso continuo e indivisible de crecimiento es lícito matar al nuevo ser vivo? Si esta pregunta es de vida o muerte, porque un error significa asesinato, la respuesta debe ser 100 % responsable y 100 % exacta y cerrar absolutamente toda posibilidad de riesgo o fallo.
Mientras esta respuesta no sea exacta y más allá de toda duda o ambigüedad, es inevitable concluir que el cigoto es el ser humano más joven y que matarlo a cualquier edad de allí en adelante es el asesinato del mayor grado de gravedad posible: dolo, alevosía y ventaja.
A menos que grupos poderosos pongan a la ideología por encima de la ciencia y, desde el más grave oscurantismo, le desconozcan la naturaleza humana a una clase de seres humanos (en este caso a los no nacidos) para poder matarlos legalmente.